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Studio Visit: Francisco Diaz aka Pastel

27 de Noviembre de 2020
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De pequeño jugaba en la liga profesional de fútbol argentina pero a los 14 se rompió la rodilla por primera vez. Por ese entonces Francisco Díaz, más conocido como Pastel, ya había comenzado a pintar graffiti en las calles de su Buenos Aires natal y esa lesión, que le mantuvo un año sin poder practicar ningún deporte, hizo que se volcara en ello. Terminó estudiando arquitectura y en su constante análisis y cuestionamiento personal y profesional se encontró con tres aristas vitales, fútbol, graffiti y arquitectura, que tenían un punto en común: la importancia de la toma y el uso del espacio público. Lejos de la arquitectura convencional Pastel entiende el trabajo en la calle como un sistema de acupuntura urbana y a través de murales en la calle busca crear un diálogo que resulte natural y respetuoso con el entorno y su contexto. La flora y hierbas silvestres que crecen en las grietas de las aceras y los edificios los emplea a modo de simbolismo social llevándolas a escala mural como una crítica de esta idea colonizadora de la ciudad, del avance descontrolado de la construcción y de sobre-construir los espacios. Es en su obra de estudio donde Francisco Diaz construye un espacio profundamente personal que recoge a través de fotografía, lugares y elementos muy suyos que se mezclan con la memoria emocional de sus raíces de Misiones, de donde proviene su familia materna. Nos invita a entrar en su mundo más íntimo, el de su taller, para enseñarnos sus trabajos más recientes, otros ‘work in progress’ y charlar sobre esas raíces misioneras, el acto de pintar como terapia y su propio entendimiento a cerca de la interacción humana con los espacios públicos. Puedes acceder a la conversación completa aquí.






«Este es el nuevo taller al que nos mudamos hace poco en el barrio de la Paternal en Buenos Aires. Es una zona entre industrial y residencial que no parece tener intenciones de gentrificación por lo que mantiene esa cualidad de barrio de escala baja y de relación cercana con los vecinos. Veníamos de estar en el centro pero este lugar mucho más amplio y estamos muy contentos. Comparto estudio con Franco Fasoli que está recién llegado de vuelta de vivir en Barcelona, una amiga arquitecta y un amigo que diseña juegos de realidad virtual, un poco de todo. Con Franco llevamos más de diez años compartiendo taller con lo cual nunca tenemos problema a la hora de compartir el espacio. Nos mudamos justo antes de la pandemia y aproveché ese tiempo para estar encerrado 24/7 produciendo. Casi por una cuestión de control mental, por abstraerme de toda esa locura que estaba pasando. Había mucho silencio y estuvo bastante bien para encontrarme con esa sensación de volver a habitar el taller, que a veces con los viajes uno no termina nunca de asentarse en un lugar».


 






«Mi trabajo de taller es un laburo más personal e introspectivo, sale de una demanda propia. Ahora estoy trabajando con muchas cosas al mismo tiempo. Esta obra (arriba), ‘Lazo’, la empecé en plena pandemia y es un espacio de mi casa con todos elementos muy mundanos y que a la vez son muy propios y personales, y construyen mi día a día. Me tomo mucho tiempo para producir en el taller, mis tiempos de la pintura de estudio son muy diferentes a los de la calle. Quiero discernirlo de mi trabajo en espacio público, que responde un montón de factores condicionantes de la obra, entendiendo la obra no solo como el muro si no todo el contexto que rodea a esa obra. Desde mi punto de vista exige responder a ciertos factores externos muy condicionantes».


 






«Muchas veces trabajo desde la fotografía directa y otras trato de construir la imagen, como en el caso de la obra anterior, ‘Lazo’, que fue una puesta en escena que armé en mi casa y le hice unas fotos. Otras veces las obras son ‘object trouvé’ como los letreros que encuentro por la calle, la cañita de mi abuelo o la cabeza del enano. En el taller decidí enfrentar mi obra de una manera totalmente personal. La obra va desde mi ser hacia adentro. Es un trabajo de introspección, de mi día a día… Y cuando comienzo la pintura ya no importa tanto la foto original, si no que trasciende a otro plano. Estoy adoptando una nueva costumbre que es ir caminando muy despacio a los sitios, no hay nadie que me apure y eso me genera un ejercicio de observación muy bonito».


 






«Mi obra se está construyendo con mucha carga de mis raíces misioneras. Ahora estoy trabajando con una serie de fotografías que he modificado un poquito y que saqué de una visita que le hice a mi abuela en Misiones, al norte de Argentina, de donde es mi familia materna. Encontré una camarita automática de los 90 donde había un rollo de película sin terminar y cuando lo fui a revelar encontré unas fotos tomadas por mi abuela. Ella cultivaba orquídeas y comenzaron a aparecer estas imágenes cargadas de historia familiar… Tenía ganas de trabajarlo, de implicarlo en mi pintura y sacar a la luz algunas de estas cosas por razones personales. Son cosas incluso a resolver, como si fuera una terapia que encontraba con la pintura. Al final si uno lo quiere esconder o evadir a la larga se evidencia mucho más y se corre el riesgo que al ser un trabajo tan subjetivo el de la pintura que se perciba como una pintura ‘muerta’, una pintura que no transmite nada y no me sentiría cómodo. A veces pintar me conecta con registros de la memoria, cosas que tengo que resolver, y prefiero abordarlas a evadirlas».


 






«El trabajo mural que hago con las plantas arrancó como una búsqueda o análisis de la arquitectura, como una crítica de esta idea colonizadora de la ciudad, de la construcción y de sobre-construir los espacios. Encontré en esas plantitas de las grietas un lenguaje muy real. Y tratando de usar esos elementos que son tan locales y propios de cada zona, y en cierta manera glorificándolos y llevándolos a ese tamaño lo que busco es poner en cuestión esa idea que puede resultar decorativa por el hecho en sí de pintar plantas pero que en realidad es una crítica a ese desmesurado y violento sistema de hábitat en el que vivimos, en el que ya no importa ni la identidad ni el sentido de arraigo. Esta idea fue mutando y empecé a estudiar y analizar en cada lugar en que me invitaban a pintar y a través de la historia del lugar, de cómo había crecido, cómo funcionaba el espacio… para así generar algún tipo de proximidad con el trabajo. En nuestro trabajo como muralistas se plantea esta situación en la que vamos a un sitio por 15 días para hacer una pintura enorme que va a tener un gran impacto visual en el paisaje del lugar y tras ello nos vamos. No tenemos ningún tipo de acercamiento al lugar, y en realidad es algo que es muy propio de la arquitectura también, que es de donde vengo. Sentí la necesidad en algún punto de hacerme cargo de eso».


 






«Este cuadro está recién empezado, justo comencé la noche anterior. Es de una de las fotografías que encontré en esa camarita de mi abuela Es una parte de su casa, hay una botella de mata insectos. Es el planteamiento de una estructura general que responde con bastante propiedad a la foto original pero que sin embargo, una vez arranco con la mancha inicial ya deja de importar la foto, de hecho dejo el boceto y empiezo a surcar y construir bichitos y ojitos que miran en la oscuridad. Justo al lado y más pequeñas tengo unas pruebas de color y forma de la tela del primer cuadro y unas obras más pequeñas recién empezadas».


 


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